Manuel María Flores

Manuel María Flores

Manuel María Flores cuyo nombre completo es Poeta y Escritor Mexicano

San Andrés Chalchicomula, Puebla, 1837 - Ciudad de México, Distrito Federal, 1885

11 Poesías de Manuel María Flores

Poemas más populares de Manuel María Flores


en el baño

Alegre y sola en el recodo blando
que forma entre los árboles el río
al fresco abrigo del ramaje umbrío
se está la niña de mi amor bañando.

Traviesa con las ondas jugueteando
el busto saca del remanso frío,
y ríe y salpica el glacial rocío
el blanco seno, de rubor temblando.

Al verla tan hermosa, entre el follaje
el viento apenas susurrando gira,
slata trinando el pájaro salvaje,

el sol más poco a poco se retira;
todo calla... Y amor, entre el ramaje,
a escondidas mirándola, suspira.


Poema en el baño de Manuel María Flores con fondo de libro

amemonos

Buscaba mi alma con afán tu alma,
buscaba yo la virgen que mi frente
tocaba con su labio dulcemente
en el febril insomnio del amor.

Buscaba la mujer pálida y bella
que en sueño me visita desde niño,
para partir con ella mi cariño,
para partir con ella mi dolor.

Como en la sacra soledad del templo
sin var a dios se siente su presencia,
yo presentí en el mundo tu existencia,
y, como a dios, sin verte, te adoré.

Y demandando sin cesar al cielo
la dulce compañera de mi suerte,
muy lejos yo de ti, sin conocerte
en la ara de mi amor te levanté.

No preguntaba ni sabía tu nombre,
¿en dónde iba a encontrarte? lo ignoraba;
pero tu imagen dentro el alma estaba,
más bien presentimiento que ilusión.

Y apenas te miré... Tú eras ángel
compañero ideal de mi desvelo,
la casta virgen de mirar de cielo
y de la frente pálida de amor.

Y a la primera vez que nuestros ojos
sus miradas magnéticas cruzaron,
sin buscarse, las manos se encontraron
y nos dijimos te amo sin hablar

un sonrojo purísimo en tu frente,
algo de palidez sobre la mía,
y una sonrisa que hasta dios subía...
Asi nos comprendimos... Nada más.

¡Amémonos, mi bien! en este mundo
donde lágrimas tantas se derraman,
las que vierten quizá los que se aman
tienen yo no sé que de bendición.
Dos corazones en dichoso vuelo;
¡amémonos, mi bien! tiendan sus alas
amar es ver el entreabierto cielo
y levantar el alma en asunción.

Amar es empapar el pensamiento
en la fragancia del edén perdido;
amar es... Amar es llevar herido
con un dardo celeste el corazón.
Es tocar los dinteles de la gloria,
es ver tus ojos, escuchar tu acento,
en el alma sentir el firmamento
y morir a tus pies de adoración.


Poema amemonos de Manuel María Flores con fondo de libro

mater dolorosa

Plegaria
a mi hermana marina

virgen del infortunio, doliente madre mía,
en busca del consuelo me postro ante tu altar.
Mi espíritu está triste, mi vida está sombría,
pasaron sobre mi alma las olas del pesar.

Estoy en desamparo, no tengo quien me acoja;
hay horas en mi vida de bárbara aflicción,
y solo... Siempre solo,, no tengo quien recoja
las lágrimas secretas que llora el corazón.

Es cierto que del mundo en la corriente impura
cayeron deshojadas las rosas de mi fe,
que en pos de mis fantasmas de juvenil locura
corriendo delirante, señora, te olvidé.

Que me cegó el orgullo satánico del hombre,
y en mi ánima turbada la duda pentró;
y se olvidó mi labio de pronunciar tu nombre,
y de mi mente loca tu imagen se borró.

Es cierto... ¡Pero escucha!... De niño te adoraba,
al pie de tus altares mi madre me llevó...
Llorando, arrodillada, la historia me cantaba,
del gólgota tremendo cuando jesús murió.

Y vi sobre su rostro la angustia y el quebranto,
caía sobre tu frente la sombra de una cruz,
tus lágrimas rodaban y negro era tu manto...
Todo de un cirio pálido a la siniestra luz.

Entonces era niño, no comprendí tu duelo;
pero te amé, señora, ¡tú sabes que te amé!
que dulce inmaculado, alzábase hasta el cielo
el infantil acento de mi sencilla fe.

Por esa fe de niño, por el ardiente ruego
que al lado de mi madre con ella repetí,
¡virgen del infortunio, cuando a tus plantas llego,
virgen del infortunio, apiádate de mí!

tú miras, reina augusta, la senda que cruzamos;
con llanto la regaron generaciones cien,
a nuestra vez nosotros con llanto la regamos,
y las que vienen luego la regarán también.

A nuestro paso vamos dejando en sus abrojos
pedazos palpitantes del roto corazón;
y andamos... Y andamos... Y no hallan nuestros ojos
ni tregua a la jornada, ni tregua a la aflicción.

Mas tú eres la esperanza, la luz y el consuelo,
tus ojos levantados suplican al señor,
tus manos están juntas en dirección al cielo...
Tú ruegas por nosotros, ¡oh, madre del dolor!

en busca de consuelo yo vengo a tus altares
con alma entristecida y amargo corazón;
y pongo ante tus ojos, señora, mis pesares,
y en lágrimas se baña la voz de mi oración.

No mires que olvidando tu imagen y tu nombre
al viento de este mundo mis creencias arrojé.
Acuérdate del niño y olvídate del hombre...
Mi frente está en el polvo... Perdóname... Pequé.

¡Oh! por mi fe de niño, por el ferviente ruego,
que al lado de mi madre con ella repetí,
virgen de los dolores, cuando a tus plantas llego,
virgen de los dolores, ¡apiádate de mí!


Poema mater dolorosa de Manuel María Flores con fondo de libro

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